lunes, 14 de abril de 2014

Anochecer en el bosque

¿Habéis paseado alguna vez por un bosque al atardecer? Es un momento mágico.


Es una tarde de primavera en Mahide de Aliste (Zamora). La temperatura es muy agradable, en torno a 17ºC al atardecer. Nos disponemos a visitar los robledales y castañales que hay a las afueras del pueblo, siguiendo el curso del Río Aliste, hacia aguas abajo. Es un lugar que se conoce como “La Ribera”. Falta un par de horas para la puesta del sol. En las calles del pueblo se escuchan las golondrinas. A medida que nos vamos alejando del pueblo, por las huertas se escuchan multitud de cantos de aves. En estos días de principio de la primavera se encuentran en plena época del celo. Se pueden escuchar numerosos cantos de Pinzón vulgar, algunos Páridos como herrerillos y carboneros que vuelan de árbol en árbol ahora en flor. A lo lejos se escucha el canto del Cuco.
Dejando ya las huertas, nos adentramos de lleno en el robledal. Un Mirlo Común advierte a los habitantes del bosque de nuestra presencia. Junto con el Arrendajo, los considero como “los chivatos del bosque”. En este lugar me cruzo con varios vecinos del pueblo que vuelven de su paseo diario. La Ribera se encuentra ahora vacía de vida humana.

Ahora es cuando comienza el momento mágico…

Reducimos el paso para contemplar el espectáculo. Como un visitante de una catedral, levanto la vista hacia las ramas más altas de los centenarios robles. Los he visto cientos de veces, pero nunca me cansaré de admirarlos. Allí se ven varios herrerillos y carboneros. Algunos mirlos siguen emitiendo la voz de alarma en la orilla del río con un estridente “chac, chac, chac…”, pero a lo lejos, más adelante, se escucha otro mirlo en lo alto de un roble emitiendo su canto melodioso.


El sol ya se ha ocultado por el horizonte. Los cantos de las aves se hacen cada vez menos numerosos. Queda algún Pinzón vulgar y algún Mirlo Cómún. El bosque se va oscureciendo poco a poco. De pronto, enfrente, en los matorrales de la orilla del río, empieza a cantar un Ruiseñor. Me detengo para escuchar el concierto porque merece la pena.
Minutos más tarde, casi no se escucha ninguno de los pájaros que he visto cantar hace un rato. Ahora empiezan a oírse los alacranes cebolleros poco a poco, como pidiendo permiso. Es el momento de un silencio espectacular. Te sientes como invitado a un entorno en el que tienes que pararte, ver y sobre todo escuchar.


Es momento de las aves nocturnas. A lo lejos, desde el fondo del bosque de robles cuyas ramas más altas se dibujan en la claridad de la Luna Llena, se deja oír un Cárabo con su voz lastimera. Enseguida le responde otro desde el otro lado del río.
Ya casi es noche cerrada y aquí no hacemos nada. Es momento de regresar al pueblo.

Hemos disfrutado la transición del día a la noche, oyendo cómo cesaban los cantos de los pájaros diurnos para dar paso a las aves reinas de la noche.

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